Tengo que empezar con una precaución y con una confesión. Cuando, para
acercarse a una filosofía, se está armado ya no solamente con un par de
conceptos -aquí, «estructura y génesis»- que una larga tradición
problemática ha establecido frecuentemente o ha sobrecargado de
reminiscencias, sino también con una rejilla especulativa donde aparece
ya la figura clásica de un antagonismo, el debate operatorio que se
dispone uno a instituir dentro o a partir de esa filosofía corre el
riesgo de parecer menos una escucha atenta que un someter a cuestión, es
decir, una inquisición abusiva que introduce previamente aquello que
pretende encontrar y hace violencia a la fisiología propia de un
pensamiento