" En una palabra, en dos palabras, en una o en dos palabras: el espíritu no cae en el tiempo, como lo dice Hegel. En otro sentido y con las comillas de rigor, el espíritu es esencialmente temporalización. Si caída hay, como lo piensa también Heidegger, es por razones esenciales, que forman para Sein und zeit el horizonte mismo de la cuestión del ser: hay caída de un tiempo en el otro. No se trata del mal ni de un accidente; no es un mal accidental. Pero percibimos ya, detrás o entre las comillas, a ese espíritu que no es otra cosa que el tiempo, que en definitiva reviene al tiempo, al movimiento de la temporalización; se deja afectar en sí mismo, y no de un modo accidental y exterior, por algo como la caída o el Verfallen. Debemos acordarnos de esto más adelante, en el momento en que Heidegger insiste sobre esencia espiritual del mal. Pero en esa ocasión se tratará más bien de la Geistlichkeit y ya no de la Geistigkeit. Esta espiritualidad determinará un valor semántico de la palabra geistlich que Heidegger querrá incluso descristianizar, aun cuando ella pertenece habitualmente al código eclesial. Queda, entonces, un inmenso camino por recorrer.
Estamos todavía en 1926-1927. La palabra "espíritu" no es asumida por Heidegger, y a pesar de su discreta turbulencia, a pesar de ese desdoblamiento que parece afectarlo ya en ese entonces como un espectro obsesivo, no la acoge sino apenas. La hospitalidad ofrecida no está, en todo caso, exenta de reserva. Incluso cuando se la acoge, la palabra es retenida en el umbral de la puerta o en la frontera, flanqueada de signos discriminatorios, tenida a distancia por el procedimiento de las comillas. A través de esos artificios de la escritura, la misma palabra, pero al mismo tiempo otra. Para describir esta situación recurramos por un instante y por comodidad, provisoriamente, a la distinción propuesta por la speech and theory entre uso y mención que no habría gustado a Heidegger, pero quizá así se pueda también poner a prueba los límites de esta distinción. Heidegger ha comenzado por utilizar la palabra “espíritu”. O más exactamente, comenzó por utilizarla negativamente, como aquella palabra que no había que utilizar. Ha mencionado su uso posible como aquello que había que excluir. Posteriormente, en un segundo tiempo, se ha servido de ella asumiéndola, pero entre comillas, como
si todavía mencionara el discurso de algún otro, como si citara o tomara prestada una palabra que quisiera utilizar. Lo que es más importante es la frase en que se opera ese entrelazamiento sutil, inextricable en verdad, del “uso” y la “mención”. La frase transforma y desplaza al concepto. A través de las comillas, a través del contexto discursivo que las determina; invocando otra palabra, otra apelación; a menos que no altere la misma palabra, la misma apelación, recordando a otra bajo esa misma. "