En la denominada tradición filosófica árabe-islámica al-Fārābī es, sin duda, uno de los pensadores centrales. Hay quienes, como Muhsin Mahdi, le han atribuido la fundación de la filosofía política islámica; otros, como Nicholas Rescher, han destacado sus talentos para la lógica. Lo cierto es que el pensamiento de dos grandes figuras como lo son Avicena y Averroes están notoriamente marcadas por la filosofía del “segundo maestro” —Aristóteles era el primero—, tal como se le conoció entre los árabes.
En la obra que lleva por título La ciudad ideal, al-Fārābī presenta una serie de consideraciones vinculadas a la Física y culmina con la exposición del Ser primero. Para al-Fārābī, éste es eterno y perfecto: una amalgama del Uno neoplatónico, el intelecto aristotélico que se piensa a sí mismo y el Dios islámico. Se trata de un Ser que es uno, simple, eterno, incausado y causa de todo lo existente. Como es simple, no puede haber en Él pluralidad ni devenir ni imperfección. Estas características son propias del mundo pero no del Uno. Bajo este supuesto al-Fārābī configura su cosmología. Se trata de un cosmos estructurado jerárquicamente. En primer lugar está el Uno; después, las inteligencias de las esferas celestes; luego, el intelecto agente al que le siguen las almas, las formas y, por último, la materia. Los cuerpos materiales también se explican jerárquicamente: las esferas celestes, el animal racional, el irracional, el vegetal, el mineral y los cuatro elementos.